«El cuerpo y el cerebro se hallan inmersos en una danza interactiva continua. Los pensamientos que son implementados en el cerebro pueden inducir estados emocionales que son implementados en el cuerpo, mientras que el cuerpo puede cambiar el paisaje del cerebro y, de este modo, el sustrato que sustenta los pensamientos».

Antonio Damasio (Neurocientífico)

La neurociencia ha demostrado que nuestro cerebro es tremendamente plástico, que podemos generar nuevas neuronas en cualquier etapa de la vida (Spalding K. 2013) y que el aprendizaje genera cambios y mejoras en el cerebro (Maguire, E. A. et al. 2000). Existen hoy en día multitud de estudios que avalan los efectos de las prácticas contemplativas en personas que padecen estrés y algunas enfermedades.

Richard Davidson, investigador en neurociencias y el científico chileno Francisco Varela, fueron pioneros en investigar los efectos de las prácticas contemplativas en nuestro cerebro. Organizaron los encuentros del Mind and Life Institute, donde se reúnen eminentes científicos y reconocidos representantes de las tradiciones contemplativas, como el Dalai Lama.

En uno de sus interesantes estudios, realizado en el año 2003 junto a Jon Kabat-Zinn (el neurobiólogo estadounidense que integró el mindfulness al mundo de la salud) evaluaron los efectos de la práctica de mindfulness a través de un Programa de 8 semanas, Programa de Reducción de Estrés Basado en Mindfulness. Cuando compararon los resultados de la actividad cerebral de las personas que habían realizado el programa, al cabo de las ocho semanas, los investigadores se dieron cuenta de que estas personas presentaban un aumento significativo de la actividad de la zona anterior izquierda del cerebro, lo que en otros estudios se ha relacionado al surgimiento de emociones positivas. Y cuando compararon la presencia de anticuerpos en las personas que habían realizado el taller, se dieron de cuenta de que el primer grupo mostraba un incremento significativo de las células de defensa frente a la vacuna de la influenza, a diferencia del grupo de control.

Sólo con un programa de ocho semanas de duración, en el cual las personas realizan de manera sistemática diversas prácticas de mindfulness, logra cambiar el funcionamiento de su cerebro y de su sistema inmune de manera positiva. Su cerebro se vuelve más activo y el sistema inmune se fortalece.

Por otro lado, Sara Lazar, investigadora de la Universidad de Harvard, en el año 2011 realizó un estudio en el cual midió la concentración de materia gris en determinadas partes del cerebro (elegidas a priori por la relación de estas con algunas funciones importantes, como la regulación emocional, el aprendizaje y la memoria). Una de las conclusiones a las que llegó, es que la práctica de mindfulness aumentaba la concentración de materia gris en el hipocampo izquierdo, una zona relacionada con la modulación de la activación cortical, con nuestra capacidad de respuesta y también con la regulación emocional, y es también, una parte del cerebro que suele disminuir su densidad en ciertas patologías, como la depresión mayor o el estrés postraumático. Se demostró que había un aumento de densidad de la materia gris en la parte posterior del córtex cingulado, la intersección temporoparietal y el cerebelo, que son precisamente las zonas del cerebro vinculadas a los procesos de aprendizaje y memoria, la posibilidad de tomar perspectiva de los eventos, el proceso de auto-conciencia, la empatía y la conciencia social, entre otras funciones, se verían fortalecidas con la práctica de mindfulness.

A diferencia de lo que creíamos años atrás, el cuerpo no es simplemente un aparato de comunicación bidireccional para el cerebro, sino que desempeña un papel crucial en los procesos cognitivos (cognición corporizada). O si se quiere, los sistemas sensoriales y motores que gobiernan el cuerpo están enraizados en los procesos cognitivos que nos permiten aprender. Giacomo Rizzolatti -el descubridor de las neuronas espejo- lo resume muy bien: “El cerebro que actúa es un cerebro que comprende”.